sábado, 2 de marzo de 2013

Flamas en un catorce de febrero


 
El viento sopla endemoniado la lengua ardiente
y la esparce como semilla enfurecida por cimas y laderas abajo.
Flamas en libertad cruzan la carretera Santos Ossa,
los cerros de Valparaíso impotentes, arden en un festival no programado
con bocanadas de espeso y negro humo,
volutas que tiñen el horizonte con pinceladas de miseria y ruina.
Un llanto verde y desgarrador pide auxilio,
prendido como antorcha ilumina su desgracia y se desploma
sin poder abrir sus alas.
Es un panorama desolador, el siroco no entiende de ruegos,
el sube y baja las flamas, prende casas y espanta al vecindario
que lucha por llevar una gota de agua.
No se detiene, toma un giro y salta de cerro en cerro dejando
latas retorcidas y un cúmulo de escombros, que se debaten entre las llamas.
Hay clamor mudo que vaga las calles infernales
bajo la paranoia del viento que, se arremolina y se lanza en picada,
cae con sórdida crudeza sobre hogares y verde natura.
San Roque, El Pajonal, Rodelillo y Los Placeres, son víctimas del infortunio,
de la negligencia de algunos, que dejan 284 casas destruidas,
mil doscientas personas sin hogar, sueños truncados,
años de arduo trabajo por construir un futuro que ahora yace
bajo las fauces de las flamas en un puñado de polvo.
Los bomberos no dan abasto, luchan con increíble coraje
por llevar un trago de agua y apaciguar el infierno,
todos juntos a los carabineros y helicópteros
socorren a las familias y mascotas, en un esfuerzo supremo.
Y cuando cae la tarde, y el cielo se puebla de lágrimas del cosmos,
la lucha acaba, las flamas han sido calmadas,
la desolación habita el corazón del hombre y la mujer
que lo han perdido todo,
todo en un catorce de febrero, día del amor y la amistad,
que se convierte espontáneamente en un atardecer solidario.
 
Marianela Puebla

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