jueves, 30 de junio de 2011

ALTAÍR Y LOS TEÑIDOS.



No llores cuando nada se pueda hacer. Las escarchas de la noche anterior se calentaban con la mentira.
Se mofan de la cobardía del que tiembla en la oscuridad de la ignorancia del que recoge harapos de aire.

-No me sirves-dijo el teñido-quiero más de ese poder.

-Altaír sació su llanto en arroyos pasados. Nubes de caricias llovieron, quemaron su piel desgastada. Tiempos rotos, cosidos de momentos de iras. Nada aguantó al llanto de la impotencia. El joven anciano tejía la palabra entre el fuego lento y soledades. Su poder se dejó ver a través del ladrillo, testigo de miserias por no haber accedido a esa arrogancia de estudiosos y renombrados señores y señoras.
- Quitadle todo-dijo un teñido-, ese papel de piel quemadlo, nada puede quedar…

Allí en un bosque perdido añora y vive en su aldea “Liber”. Sus dedos fabrican fantasías, ensueños, mundos donde todo adquiere forma, sentido, color.
A veces llora por la decadencia de los Teñidos, de sus cabellos de colores, de su piel de piedra y su cuerpo maquetado en cartón y cenizas.
Altaír vive vestido de libro, allí en su bosque perdido, su sombra vuela entre las ramas silvestres del viento que sopla más allá de las estrellas del mundo, más allá de donde los Teñidos no pueden ver porque su pupila es pequeña, incolora, sin luz.
Altaír se convirtió en hoja transparente repleta de pequeños cristales de letras. Los teñidos se quebraron cuando su cuerpo se petrificó entre arrogancias y mentiras, su cuerpo se fue cayendo por el mundo, sin dejar nada, estaban huecos, vacíos, ni el aire soplaba entre los agujeros de sus segundos.
Hoy podéis encontrar a Altaír, a la vuelta de cualquier letra, sólo teneís que doblar la esquina de la frase, o levantar la falda a vuestra sombra para verle cobijado en la presencia del calor del que no tiene tiña.

Raquel Viejobueno Rodríguez