viernes, 3 de diciembre de 2010

AL FIN UNA SONRISA.

AL FIN UNA SONRISA

Entré a casa corriendo y para mi alegría encontré a mucha gente, tíos, viejos amigos de mis padres reunidos en el comedor. Algunos de pie, otros sentados. Mi corta edad no me permitió ver sus rostros demudados y sus mejillas húmedas cubiertas de lágrimas que en algunos fluían cual riachuelos incontenibles. Corrí a los brazos de uno de mis tíos riendo feliz, pensando que al fin estaría de vuelta en casa con mamá, papá y tíos…. Lo que no sabía era que no se trataba de una fiesta sino de un velorio. Sí. El velorio de mi padre muerto intempestivamente, que cual huracán imprevisto arrasaría nuestras vidas: la de mi madre, que en ese momento murió junto a él, aunque sin partir vaya a saber uno hacia donde, la de mi hermana, algunos años mayor, que se alejó definitivamente de mí. Ese día perdí a mi refugio varonil, el de mi padre.; el regazo tibio y cariñoso de mi madre y la compañerita hasta ese momento de juegos y travesuras: mi hermana.
Quise abrazarme a ellas que lloraban desconsoladamente pero para mí incredulidad no pude ingresar a ese círculo de angustia.
Ese día mi vida habría de cambiar para siempre.
Mientras trataba de entender con mis breves añitos que estaba pasando, una mano firme pero reconfortante me apretó la mano y me dijo “Ven Anita vamos a mi casa, que mamá estará ocupada unos días”. Era la mano amiga de Asun nuestra ama de llaves. Así fue como ese día negro, se convirtió en un devorador de alegrías pasadas, presentes y futuras.
-¿Asun, a donde fue papi?
- Al cielo querida, al cielo.
-¿ Y cómo llegó hasta allá?, pregunta que no fue respondida. Mi intuición me dijo que debía terminar la conversación en ese preciso instante. Pero al rato Asun agregó:
-Si quieres volver a ver a tu papi, bastará con mirar al cielo.
De más está decir que por años  traté de encontrar algún rastro de mi padre en el cielo para ver si él podría ayudar a mami, a mi hermana y por qué no a mí también, a recomponer algo de nuestras vidas pasadas. Pero todo fue inútil, nada volvió a ser igual.
Así transcurrió mi vida entre murmullos, velos negros, media luz, y ni una sonrisa. El rostro demudado de mi madre y la opacidad de su mirada revelaban una pena infinita, tan infinita como el tiempo mismo.
En una ocasión, no recuerdo por qué, reí a carcajadas y para mi sorpresa mi madre también rió, era la primera vez en años, o así me pareció.
Comencé a perfeccionar mi carcajada a tal punto que me decían:
 -¡Qué risa tan contagiosa!.
Transcurrieron los años y en mi empeño por apaciguar su eterna melancolía me transformé en lo que ella quería: un ser vivaz, alegre, obediente y dócil.
Pobre mamá nunca supo de mi tristeza punzante ni de mi determinación de hacerla olvidar a mi padre aunque fuera por un instante.
Un día llamaron a mi puerta y ohhhhhhhhhhh ahí estaba parado, mi padre tal como lo recordaba por fotos!!! Me lancé a sus brazos rebosante de felicidad, sentí mi corazón derretirse de felicidad.
-¿Pero papi a dónde estuviste todo este tiempo?.
-No sé, creo que por ahí, tuve amnesia profunda pero por fin estoy de vuelta.
Corrí desenfrenadamente hacia donde estaba mi madre para devolverle por fin su tan ansiada felicidad.
Pero justo en ese momento el infame despertador comenzó a sonar.
Como pude me levanté, sabía que lo que había experimentado era felicidad en su más pura esencia, pero no la mía, sino la que hubiera sido de mi madre.
Caminé hacia su habitación y con profundo dolor divisé su cuerpo débil, frágil, rígido, marmóreo con una mano extendida hacia el retrato de papá que la había acompañado toda su vida.
Fue en ese momento que comenzó mi nueva vida: había comprendido que cada uno debe vivir su propia tristeza o su propia felicidad.
Me asomé a la ventana y por primera vez en muchos años un rostro allá lejano en el cielo me sonreía alegremente.
 "Palabras de una amiga"