jueves, 25 de octubre de 2012

Un legado para mi hijo Omar


 
José Santana Prado

Valparaíso (Chile)

 

Hijo mío, te amo aunque sea a través
del silencio que nos regalan las constelaciones
y guardan siempre a pesar de su incógnita universal
los astros, multiplicados por decenas o por miles.  
 

Y qué importa, si al fin de la Tierra o el cosmos
y del río más audaz y caudaloso, yo te amo como parte de mí
y de tu madre que te dimos la luz por vez primera.
 

Hijito pequeño, aunque ahora ya no lo eres,
por el contrario, hoy posees los títulos que ofrece
la universidad o los que la vida te ha implicado
por los gajes más hirsutos del destino.  
 

Aun así, debes escuchar mi hijo querido,
la enseñanza que otorga la adultez, sin dejar
a un lado la maestría de lo que haces en la vida;
 

te lo digo o te lo imploro aunque estés presto a seguir
el más avasallador de los caminos, porque yo lo he pasado
mucho antes que tú y a veces en verdad es doloroso:
duele tanto que  ya no estés más,  junto a la mujer que una vez
escogiste para solventar la vida.  
 

Te arroba el pensamiento y el dolor de la casa que fue tuya,
y que ahora, por la marcha de la fortuna, no te pertenece más.
 Qué se puede hacer, si tú bien sabes que eres el arquitecto
de tu propio y mísero destino o a lo mejor me quiero equivocar
para poder decir, el arquitecto de tu hermoso azar que yace
a los pies de tu callada decisión.  
 

No puedo decirte más, si ya has escogido esta parte de la fortuna que se muestra
acaloradamente, para que me pregunte y lo haga contigo:
¿qué ha sido de tu vida sin mí y de la mía sin ti?
poco, mucho, nada o demasiado, sin la presencia de mi triste
personalidad.
 

Sí hijo querido, ahora, en la plenitud de mi edad te lo hago saber:
las fallas que la vida te aplicó por mi ausencia, jamás
he dejado de apreciarlas y que, al paso de la recapacitación,
 intento formular mi pregunta: ¿dónde dejé a mi adorado hijo?
aquél que me regaló todas las satisfacciones en la vida,
cuando no tenía más qué pedir, porque allí estabas tú,
trabajando a tu corta edad para dar solución
a la nefasta problemática de nuestra existencia, antes en común,
ahora las de cada quien, y sin embargo, añoro  todos los años
de tu ausencia que he pasado y que sólo el sol
y los astros han visto en mí la tristeza.  Ahora comprendo
tu reproche, aun así, hijo mío, el que dice que ha dejado
de amarme, no lo creo, es sólo el sentimiento de mi ausencia
por todo el tiempo que ha transcurrido sin la vida de ti y de mí, pero juntos,
en la mutua comprensión del existir y de las cosas
que nos unen para siempre, porque debes recordar
que yo he sido, a través del espacio entre los dos,
tu padre y tu mejor amigo, como antes lo fuimos, a pesar de que la suerte
se oponga a lo contrario. 
 

Por tal razón, hijo amado, mi hijo tan querido,
jamás debes olvidar que yo te he dado la vida al igual que tu madre, aunque
 sé que tarde te lo digo, pero aquí estoy, aun para tus momentos difíciles,
aquí me tienes, ahora que el tiempo expira, aunque tú jamás expirarás en mí
porque siempre te he llevado bajo la piel, en el recuerdo y el grito
que causa estupor o bajo la mirada firme que aún me caracteriza. 
 

Así, hijo mío, intento decirte, que te amo en contra de todos los pesares
que la vida nos haya provocado.
Hijo mío, te amo como no podré amar a persona
o cosa alguna, si el intento es interferir entre lo sagrado
y lo meramente humano, así pues, te amo
como la parte de mí que abandoné, por desgracia,
o por la inmadurez de mi cuerpo y pensamiento, los que ahora
yacen despiertos y, con la anuencia tuya y de la vida, re-conoceré
como lo divino de mi humana y humilde carnación.  
 

Hijo mío, te amo hasta que la vida nos separe
y más allá de ésta, lo continuaré haciendo,
como legado de la satisfacción, si le puedo llamar
divina, que poseo entre las cosas que tú, aún no conoces.
  

Vaya mi amor por ti, a través de los eones del tiempo
que caminan a la vera de los mortales, para hacernos
inmortales al paso de la eternidad.