viernes, 31 de diciembre de 2010

EL MAR, TÚ Y YO


Observo su majestuosidad, su belleza. Ahí está: ¡el mar! Sugerente, con la brisa que refresca el cuerpo aliviando el alma o, ¿tal vez al revés? Lo miro, no puedo desligarte de él. Siempre juntos: el mar, tú y yo. Según crecías y yo envejecía descubríamos sus secretos: sus profundidades, su fauna, los crepúsculos con sus fascinantes tonalidades; cuando el momento rinde culto al tránsito de lo acontecido a lo venidero. Un día tu persona se desvaneció; pero miro al horizonte y te encuentro, me fijo en las gaviotas y estás, observando a las golondrinas te hallo, contemplando a las olas te veo, siento la brisa y te noto, percibo la fragancia y te huelo. Cuando te imagino ahí está: ¡el mar! Con sus destellos, sus matices, su aroma, sus peces, las aves… No puedo abrazarte, ni jugar contigo; pero siento el abrigo del Amor, arrullándome hijo mío... En el mar…     


        Juan Luis Bulnes de la Calle. 
Cartagena (España)


NADA


Nada no es nada, sino algo. Algo de nada, nada de algo. ¿Qué es nada, sino algo? Porque si la nada fuera nada, no sería algo. Si la nada fuera algo, no existiría nada. ¿Hay nada sin algo? ¿Algo sin nada? Nada es nada y nada de algo es……

Raquel Viejobueno Rodríguez
Año 2007

miércoles, 29 de diciembre de 2010

CIELOS

Puse las nubes en el cielo,
allí las pinté con mis yemas.
La enorme estrella
me perseguía desde lo alto.
Alcé el vuelo,
tragué mares repletos de ironía.
Conocí cuerpos inertes,
árboles quemados,
personas consumidas.
Se me cayeron  las nubes del cielo,
la vida me quemó.
Ahora camino,
no tengo yemas,
ni poseo cuerpo.
Soy en uno de mis mejores momentos.
Libre.
Raquel Viejobueno Rodríguez
“ Mamotreto de viajes” 2010

lunes, 27 de diciembre de 2010

TU MIRADA




Quisieron poner nombre a tu mirada, también acento, pero no pudieron porque el lenguaje de tu pupila era más amplio que el vocabulario de cualquier lengua.
Quisieron poner bandera a tus caricias, pero no supieron, ni encontraron colores para definirlas, porque por muchas pinceladas que hallaban no había nacionalidad en el mundo donde inscribir tus besos.
Quisieron encarcelar tu piel en la cárcel de la crítica y la opinión, pero erraron de nuevo, porque se escapó entre las rejas de la diversidad y la palabra.
¿Qué más da?, pensaba yo. Que tus ojos sean claros u oscuros, que tu piel sea tostada o clara. ¿Y tú pelo? Qué más da como fuera si fue allí donde me perdía todas las noches entre aires distintos y encuentros ocultos.
Quisieron que me perdiese en el laberinto del silencio pero no supieron que la palabra desató mis ganas de vivir para descubrir la diversidad de cada sueño, no supieron que con tu palabra encontré el sentido de las mías, no sabían que mientras tú y yo hablábamos el mundo se apagaba con sus frases mal hechas
Quisieron tantas cosas, que no hicieron nada, porque tu mirada era más amplia que todas aquellas palabras encadenadas, que todos aquellos diálogos sin sentido, llenos de paradojas y antitesis, con acentos distintos y colores dispares. Tu mirada fue mi único diálogo.
Mejor, que guarden silencio.

Raquel Viejobueno Rodríguez.





TAN SÓLO...

Tan solo siento... un cansancio agotador, que me hunde y me aplasta, que me asfixia, que se hace vencedor.
Si pudiera descansar, respirar, dormir y volver a despertar. Si pudiera...

ANA MARÍA VIEJOBUENO RODRÍGUEZ.


domingo, 12 de diciembre de 2010

EL SEMÁFORO

EL SEMÁFORO


El semáforo se pone en rojo y me veo cruzar la calle con falda a cuadros y un jersey azul marino ajustado a la cintura. Con mi pelo suelto y las ganas de vivir aireándose detrás de mí  y la infancia colgada a la espalda con un bocadillo para saciar mi hambre de días y de instantes. Ando por la vida a tropezones, sin mirar mucho hacia los lados y al llegar a la acera, ya he crecido. Ya llevó encima de mis hombros, el fino velo de los años. Mi pelo corto, el vestido ancho, y caminando rota, muerta, consumida. De infancia a vejez. Así es el tiempo, un instante en la mirada del recuerdo. De ese algo que todos llevamos. Así es todo, una mochila que la paseamos de acera a acera, y de repente está llena como vacía. Así soy yo, un sutil segundo en el tiempo de todos.
Raquel Viejobueno Rodríguez.
Finalista Premio Orola. 2010.

lunes, 6 de diciembre de 2010

LA OTRA NAVIDAD

Aquí en la oscuridad de la noche recojo entre mis manos la llamada de las letras, que chillando una a una encadenan pensamientos en mi mente.
Necesito escurrir la punta de mi lapicero sobre la cuadrícula para sentirme por lo ...menos alguien.
Me inclino y va naciendo una historia, que en posición fetal se agarra en mi cerebro, luego comienza a estirarse, a abrir los ojos, a moverse, a hablar y a vivir por sí misma.
La oscuridad me había causado miedo, pero pensaba que la lóbrego era relativo, que en ocasiones existía y te hacía morir de miedo, y en ocasiones desaparecía dejándote sola. Ahora lo sombrío es dual conmigo, duerme en mi cama y descansa abrazada a mí.
Han pasado muchos años, demasiado tiempo, como para contar en una pocas palabras todos los instantes de mis suspiros.
Nada puedo hacer ya, más que esperar a que el recuerdo se despierte de su tumba y me brinde el placer de ser otra vez la misma muchacha de siempre, la misma mujer prepotente y la misma anciana derrotada. Sólo el recuerdo puede sacarme del insomnio, del sueño profundo en el que me encuentro. Tan sólo el recuerdo puede hacerme caer de rodillas y gritar para mis adentros que no soy un mueble de la habitación, que la piernas me duelen de permanecer así constantemente, que mis manos han olvidado acariciar, que mis ojos muertos están enterrados en el olvido. Que no estoy muerta, que no hay tierra sobre mi cuerpo descolorido, que estoy viva, que quiero levantarme, caminar, ver y vivir.

Los años de atrás no eran así. Era un cuento que transcurría silencioso por sus caminos perdidos. Eran años de gloria cuando todos me venían a ver, me hacían regalos, me acariciaban y mis ojos estallaban como un torrente de lágrimas, el cual aliviaba todo, los dolores y los pesares del pasado.
Ahí era cuando sí era alguien.
El cielo era una pared que parecía imposible de romper, de él caían pelusas de agua congelada. El frío entumecía mis mejillas dejándolas rosadas y en carne viva, aunque no importaba, ellos vendrían, acudirían como empujados por la brisa a sentarse conmigo, junto a la chimenea, como todas las Navidades, año tras año, nos reuníamos para contar todo.
Ahora sólo estaba el silencio conmigo, no existía la chimenea porque nada había.
Los años no sólo hacen envejecer a los cuerpos, también con ellos envejecen los recuerdos y los hace mucho más vulnerables. Con una sola caricia se rompen, se resquebrajan, se agrietan, se caen y mueren solos, siempre solos.
Estos días son la otra Navidad, la que todo el mundo la da la espalda, la que es fea, la que no tiene cara porque no es nada, nada. Sólo es una sombra leve de la realidad, un aguacero de dolor, de añoranza y de temor.
Todavía me sigue dando miedo la oscuridad, no consigo entenderla y no puedo abrazarla, quema y me duele, siempre duele.
Dicen ciertas voces confusas que nadie está sólo si tiene algo que recordar, aunque sea un mínimo recuerdo, un leve rayo de luz, una mañana distinta. Dicen esas voces temblorosas que nunca se puede volver atrás, que el camino se borra y no consigues recordar. Dicen que la vejez es una gasa fina y azulada que te va arropando poco a poco, convirtiéndose en una segunda piel. También comentan que no merece la pena llorar ni lamentarse, que nadie pisará tu tumba cuando la tierra engulla tu cuerpo.
Esta Navidad será distinta, nadie vendrá a besarme en la mejilla y a acariciar mi mano, nadie, sólo la muerte.
Quizá alguien me eche de menos, aunque sea esta pobre silla, que durante años ha aguantado mi peso, aunque sean estas paredes, las cuales han sujetado mis recuerdos con sus garras y nunca me han concedido el olvido. Mi cuerpo se irá caminando, dejando una estela y nadie la verá, porque nadie me recuerda, nadie.

Mi historia ya va caminando por sí sola y ya tiene vida porque late con fuerza. Es una historias que también va envejeciendo mientras camina. Las dos vamos cogidas de la mano y desembocaremos en el mismo mar, en el mismo abismo, en la misma nada. Aunque la nada tiene que ser algo, quizá la nada.
Me siento más tranquila porque he escurrido sobre los papeles todo el dolor que me sobraba, y he tendido mi tranquilidad para que el viento seque su esencia y mañana pueda volver a mi espíritu.
Ahora me siento alguien, aunque sea una simple pincelada en el aire, soy alguien.
Todavía tengo tiempo de suplicar hasta que vengan a buscarme y hagan de mi cuerpo arrugado un puñado de cenizas, unos cuantos andrajos, un silencio eterno.
Ahora, aunque esta Navidad sea distinta, lucharé más que nunca, andaré con estas endebles piernas para demostrar que me voy contenta, que la suerte me sonríe, que la vida me abandona pero la muerte me llama ansiosa. No miraré atrás porque sólo recordaré aquellas pelusas de agua congelada, aquella chimenea, aquellas caricias tibias. Sólo recordaré mi vida, mi camino, mi historia, que hace poco nacía y ya yace moribunda.
No me iré triste, prometo no llorar, prometo no agarrarme a la silla cuando dé mi último suspiro, prometo.................................................
Aquí en la oscuridad de la noche, ya no recoge entre mis manos la llamada de las letras, ya no se encadenan unas a otras, ya no hay letras. Recuesto mi cabeza en la silla y mi cuerpo en posición fetal se va envejeciendo cada vez más.
La oscuridad se hace densa, mis ojos se cierran, y.................................Era verdad que esta Navidad iba a ser distinta.

“Primer premio de prosa del año 1996 de Fuenlabrada.”
“Tema una Navidad diferente"

viernes, 3 de diciembre de 2010

AL FIN UNA SONRISA.

AL FIN UNA SONRISA

Entré a casa corriendo y para mi alegría encontré a mucha gente, tíos, viejos amigos de mis padres reunidos en el comedor. Algunos de pie, otros sentados. Mi corta edad no me permitió ver sus rostros demudados y sus mejillas húmedas cubiertas de lágrimas que en algunos fluían cual riachuelos incontenibles. Corrí a los brazos de uno de mis tíos riendo feliz, pensando que al fin estaría de vuelta en casa con mamá, papá y tíos…. Lo que no sabía era que no se trataba de una fiesta sino de un velorio. Sí. El velorio de mi padre muerto intempestivamente, que cual huracán imprevisto arrasaría nuestras vidas: la de mi madre, que en ese momento murió junto a él, aunque sin partir vaya a saber uno hacia donde, la de mi hermana, algunos años mayor, que se alejó definitivamente de mí. Ese día perdí a mi refugio varonil, el de mi padre.; el regazo tibio y cariñoso de mi madre y la compañerita hasta ese momento de juegos y travesuras: mi hermana.
Quise abrazarme a ellas que lloraban desconsoladamente pero para mí incredulidad no pude ingresar a ese círculo de angustia.
Ese día mi vida habría de cambiar para siempre.
Mientras trataba de entender con mis breves añitos que estaba pasando, una mano firme pero reconfortante me apretó la mano y me dijo “Ven Anita vamos a mi casa, que mamá estará ocupada unos días”. Era la mano amiga de Asun nuestra ama de llaves. Así fue como ese día negro, se convirtió en un devorador de alegrías pasadas, presentes y futuras.
-¿Asun, a donde fue papi?
- Al cielo querida, al cielo.
-¿ Y cómo llegó hasta allá?, pregunta que no fue respondida. Mi intuición me dijo que debía terminar la conversación en ese preciso instante. Pero al rato Asun agregó:
-Si quieres volver a ver a tu papi, bastará con mirar al cielo.
De más está decir que por años  traté de encontrar algún rastro de mi padre en el cielo para ver si él podría ayudar a mami, a mi hermana y por qué no a mí también, a recomponer algo de nuestras vidas pasadas. Pero todo fue inútil, nada volvió a ser igual.
Así transcurrió mi vida entre murmullos, velos negros, media luz, y ni una sonrisa. El rostro demudado de mi madre y la opacidad de su mirada revelaban una pena infinita, tan infinita como el tiempo mismo.
En una ocasión, no recuerdo por qué, reí a carcajadas y para mi sorpresa mi madre también rió, era la primera vez en años, o así me pareció.
Comencé a perfeccionar mi carcajada a tal punto que me decían:
 -¡Qué risa tan contagiosa!.
Transcurrieron los años y en mi empeño por apaciguar su eterna melancolía me transformé en lo que ella quería: un ser vivaz, alegre, obediente y dócil.
Pobre mamá nunca supo de mi tristeza punzante ni de mi determinación de hacerla olvidar a mi padre aunque fuera por un instante.
Un día llamaron a mi puerta y ohhhhhhhhhhh ahí estaba parado, mi padre tal como lo recordaba por fotos!!! Me lancé a sus brazos rebosante de felicidad, sentí mi corazón derretirse de felicidad.
-¿Pero papi a dónde estuviste todo este tiempo?.
-No sé, creo que por ahí, tuve amnesia profunda pero por fin estoy de vuelta.
Corrí desenfrenadamente hacia donde estaba mi madre para devolverle por fin su tan ansiada felicidad.
Pero justo en ese momento el infame despertador comenzó a sonar.
Como pude me levanté, sabía que lo que había experimentado era felicidad en su más pura esencia, pero no la mía, sino la que hubiera sido de mi madre.
Caminé hacia su habitación y con profundo dolor divisé su cuerpo débil, frágil, rígido, marmóreo con una mano extendida hacia el retrato de papá que la había acompañado toda su vida.
Fue en ese momento que comenzó mi nueva vida: había comprendido que cada uno debe vivir su propia tristeza o su propia felicidad.
Me asomé a la ventana y por primera vez en muchos años un rostro allá lejano en el cielo me sonreía alegremente.
 "Palabras de una amiga"