El tiempo
moribundo se retira con premura
del nuevo
reflejo que inicia su apremiante ascenso.
Así, las
flores del atardecer acicalan
su
espléndida belleza por entre las gotas del agua,
descendidas
con parsimonia por las faldas de
la alegre
nube.
Nos imploran
sus colores y se deslizan
a través de
las coyunturas de los años
que se han
ido pero de nuevo volverán,
como las
aves regresan siempre
en cada
temporada.
El denso
celaje se ha quitado el vestido húmedo,
deseando le
observen su vientre líquido,
muy saturado
de la razón de vida
que nos
regala el magnífico planeta.
El ciclo se
despoja, el recién llegado nos da
la primicia
de lo nuevo y se aproxima
sin prisa,
con la lentitud
y parsimonia
por el uso de los días,
cantando el
principio de la luz
para que nos
aquietemos como la paz del rosal.
El antiguo lapso se despide de nosotros
guardando
entre las páginas de sus ayeres
lo que se
llevará del calendario,
hasta que se
nos presente el próximo período,
completar
los trescientos sesenta y cinco
puntos de
las poderosas veinticuatro razones,
y dejarnos
así, en completa y transparente
satisfacción.
José Santana Prado
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