aquel paraíso de estampas.
Locas caderas y deseos.
Gemir en la oscuridad traslúcida.
Nada queda, sólo el ardor…
Encuentro de ceras derretidas,
encantos perfumados en una maleta,
Allá, sólo allí queda.
Juego oculto de navajas,
el tiempo desboca locura,
ansiedad de permitir o no la realidad.
Sudor, cenizas y placer,
detrás de un sueño.
Escribí al Dios que me engañó,
me atraganté con ese sabor,
el agua apagó en mí la soledad
que nunca rocé.
Me quebré la piel por atrapar esa sombra azulada.
Raquel Viejobueno Rodríguez.