Sé que
atiendes al viento a través de la ventana,
mientras el
río muda constantemente,
y ensordece
la lluvia en el tejado del otoño.
Se han
quedado los segundos colgados
donde el
álamo tiembla y solloza.
No quedan
los nidos de golondrinas en ninguna
de nuestras
memorias…
Se apaga la
vela
con el tacto
de la mano enhuesada.
Es el mundo
quien intenta nacer de nuevo
y escapar de
la miseria de rotar de forma y lugar.
No sirve
tener retórica, ni pergaminos,
es la sangre
de cada uno la que es detenida
cuando los
péndulos deciden pararse.
Es un abrir
y cerrar de ojos,
lo que dura
la historia de la vida.
Estamos
mirando el cuadro en el museo
que hicieron
con los recuerdos de cada uno,
y fue Valdés
quien pintó la existencia
en un lienzo
claro oscuro.
Es la
guadaña quien toma nuestro destino de eternidad
para
convertirlo en segundero loco y despistado.
Hay perdones
arrodillados en el patíbulo
que nos
dejan mudos.
No sirven
las joyas en la piel, ni blancas sedas
para escapar
del tic tac que resuena,
en la
letanía de los sueños.
Los días se
van vistiendo de guerras
y las
piedras huyen hasta del mundo maltratado,
no existe la
búsqueda inexorable por aprender
de la tierra
abrasada,
ni del niño
guardando su hambre.
Son
fantasmas que persiguen al ser arrogante
y a cárceles
de libertades a la orilla de la verdad.
Me quedo con
el abrir y cerrar de los ojos,
de unos ojos
con miradas consumidas,
en un cielo
sin espacio,
sin ángulos
ni vértices.
Ya lo dijo
Valdés en el cuadro de la vida,
el cirio se
ahogará en la mano enhuesada,
pero seguro
que dejaremos ríos
donde los
deltas griten el eco de todos.
Raquel Viejobueno