Hundir
en el mar para siempre aquellas ideas estériles. Esas que afloran sin cesar en
la mente, interfiriendo en el devenir previsible de la conciencia. Saber que
existe un mar inmenso y profundo, pero tan incapaz de aplacar un mundo que no
me agrada. Amo mis delirios, volar sobre aves poéticas que extienden sus alas
purpúreas y tan ligerísimas de plumas. Amo el arte.
Y
como el viento, corro por la pradera batiendo los zarzales, pródigos en
mariposas y abejorros, disipados antes de los albores de la mañana.
Mundo agrietado, difuminado entre brumas. Mundo sinergético: sólo tú y
mi otro yo, justo donde se quiebra la sinapsis, perforando la mente. Todo se
atomiza, me reconcentro. Aquí la vida es mucho más intensa, más infinita. La
muerte se desplaza hacia afuera y mis días ya no duelen.
Escojo el silencio de las piedras bajo el
océano tan profundo y permanezco oculta entre sus madréporas. A veces asciendo
y otras desciendo. Es que estaba tan acostumbrada a ver el cielo . . .
Ahora, aquí todo es mucho más denso. A veces, me congelo y otras me
disperso en tibiezas, hasta que me evaporo y logro ser nube ¿Qué es la verdad?
Si siempre lo más importante va a permanecer oculto. Cómo saber cuándo tenés
razón. Me enfrío. Tanta cavilación me ha consumido la energía. Afloro y
escucho. Ahora, puedo oír un murmullo ensordecedor que me golpea. Creo que se
avecina una tormenta. Él entra con la mirada crispada, me detecta y me detesta
también. Sus ojos me intimidan. Busco cobijarme en mi mar calmo, mi Mediterráneo.
Un delfín de alas azules me toma del brazo, y me arrastra hasta una pequeña
isla. Ahora, me siento a salvo. Es mi mente fracturada, la que no hace su
sinapsis. Siento un golpe y el dolor se adueña de mi niñez. Sangra una de las
comisuras de mis labios. Oigo muy lejos una voz que me dice “Inútil, perra mal
parida, por qué no limpias y haces la comida? Yo trabajé todo el día”.
Me arrastro hasta el borde de la cama y aprieto fuerte la colcha que
cuelga. Soy un náufrago aferrado a mi pequeña tablita. Él vuelve otra vez sobre
mí. Me zamarrea y me arroja con furia, hacia el otro lado de nuestra cama.
No encuentro ninguna tabla. Me di un golpe terrible contra la pared. Pierdo
el sentido. El sentido de la vida. Siento el color de la sangre pegoteándoseme.
Siento frío, mucho frío. Mi cuerpo se va
vaciando. Me alejo, floto a la deriva. El mar está calmo y hasta un poco tibio.
Ya no necesito una tabla. Sólo miro al cielo, que está pletórico de estrellas.
A él, ya no lo veo más. Se quedó allá abajo mirando mi sangre. Ahora, lo veo
correr, siempre tan cobarde. Quizás, ahora sólo le quede golpear las paredes.
Un animal más, entre una infinidad de otros especímenes furiosos. La
ostentación, sólo un elemento de muerte. Mostrar una mujer bonita; una fuerza
bruta vacía de sentimientos, que con tanto resentimiento vació mi vida de sus
colores y a mi cuerpo, de su sangre.
Yo salgo a respirar cada mañana a la superficie del mar. Desde aquí,
sólo veo ciudades libres y pacíficas. ¿Por qué estos pensamientos tan funestos
me invaden? Él está por llegar. Otra jornada de malos tratos y ya van . . .
¡Siento
tanto miedo! Sé que él me domina y le miento a mi madre todos los domingos.
Sobrevivo a mil metros bajo el nivel mar. Cada mañana salgo a respirar,
cuando voy de compras y un pez de aletas azules pasa a mi lado. Yo clasifico a todas
las especies que me acompañan, en este elemento líquido, que abre mis branquias
y me provee un mundo alternativo, que salva mi conciencia.
Regreso a mi casa y tomo un libro titulado “El mar, el viento y los
hombres perdidos”, ocultándome otra vez entre las madréporas, para poder leerlo.
Muchos peces y moluscos curiosos pasan a mi lado. Veo cómo los grandes
se comen a los pequeños. Siento miedo. Hace tiempo que he perdido la conciencia
de si soy grande o soy pequeña. Mis sinapsis, definitivamente, han entrado en
cortocircuito. Lamentablemente, no sé si soy presa o depredador. Temerosa y sin
querer, suelto el libro. Creo que fui víctima de un ataque de pánico. Veo cómo
mi querido libro se aleja, buscando la superficie. Lucho, pero ya no podré
alcanzarlo. Él es más pequeño y mucho más veloz. La gravedad me retiene en el
fondo. Me toco la cara. Tengo muy hinchado el labio. Mañana no podré ir a
trabajar. Mis alumnos se quedarán sin maestra. Aprieto fuerte la colcha. Él se
dio vuelta. Seguramente, irá a buscarse otro vaso de vino. Donde manda capitán
no manda marinero, aunque el barco se haya hundido.
Cuento Nº 24 que fuera premiado en el CONCURSO
LITERARIO INTERNACIONAL DE POESÍA Y
NARRATIVA “ALEJANDRA
PIZARNIK”-2011, incluido en el Libro “La Tierra de los Paradigmas”
de la
Dra. María Encarnación Nicolás, de reciente presentación (12 de
Noviembre en la 5ta. Feria del Libro de Florencio Varela). -Ver Facebook-