sábado, 10 de noviembre de 2012

El grito

 
 
El grito sale de la tierra, zigzaguea pidiendo auxilio,
marca la arena reseca y levanta una polvareda.
Lo han visto caminar enloquecido, azotar las paredes,
golpear puerta tras puerta
pero nadie escucha,
nadie abre los brazos para recibirlo,
consolarlo,
nadie abre la boca y denuncia.
Todos se asustan, ponen cerrojo,
clausuran las cortinas.
Tienen miedo, un miedo feroz.
La muerte es cosa seria, no se detiene a contemplar,
sólo arrasa,
devasta,
allana,
deja lágrimas de impotencia difícil de remediar.
El grito permanece titilando en los brazos del viento
que multiplica sus voces,
voces de mujeres,
voces sepultadas que afloran en desconsuelo,
voces que están allí, cerca,
asesinadas,
en donde el tiempo se detuvo,
quedan abrazadas a una artesanal cruz de madera,
lo único que las identifica.
El grito se ausenta
agotado por tanta indiferencia.
Mañana volverá, tal vez...
Tal vez alguien lo escuche...

Luna Maya

La espiral de la ofrenda en jícara
trasmutada en hialino y sutil jade,
se eleva en traguitos hasta el dintel
donde habitan los primeros dioses
que nos legaron la vida a través
de la maravillosa planta del maya-quiché.
El padre Corazón del Cielo
que lleva por nombre Huracán,
se complace en recibir la cálida ofrenda,
auspiciada por los hombres y mujeres
confeccionados con el espíritu del maíz,
en medio de la profundidad de Xibalbá;
en el centro mismo de la creación,
donde Hunahpú e Ixbalanqué, inician su guerra
contra los oscuros señores del averno.
La antigua piedra ceremonial del sacrificio,
se ha impregnado con el gusto a crúor
y resbala sin premura por los hombros
de Chac-Mool, quien yace recostado
en la puerta del Templo de las Inscripciones,
a la espera de que la Luna Maya
se duerma junto con los ídolos del ayer,
y el sol inicie una vez más
su perenne e incansable nacimiento.
El fuego sagrado del ocote, arde su resplandor
al igual que las entrañas del dios Tohil,
propietario de la fulgurante e inmortal llama
la que inicia su vuelo, cual saeta, hacia
el mismo fondo palpitante de lo infinito.
El apacible cenote azul, contiene aún
las aguas de vida que se renuevan
con perseverancia, esta vez, por el holocausto
voluntario de las princesas Nicte-Ha e Ixquic
y su pléyade de vírgenes en flor,
quienes cumplen con la esperanza
que se ha escrito, desde que el tiempo
era niño, en la fastuosa Chichen-Itzá;
sobre la cúspide de la pirámide del Adivino
y entre las estelas y juegos de pelota
de la mayestática y soberbia metrópoli de Tikal.
Hoy, la placentera y colorida Xel-Ha,
aguarda la predicción del Popol-Vuh,
siempre atenta a la eufonía del caracol maya
que anuncie el principio del gran desenlace
del calendario de Cuenta Larga,
en combinación con el Haab y el Tzolkin
que nos preparó el reverenciado Gucumatz,
señor y dueño de la eternidad del tiempo,
para el próximo veintiuno de diciembre
en la alineación cósmica de la serpiente Quetzalcoatl,
dentro del año de la Luna Maya: ¡El dos mil doce!
 
José Santana Prado.