miércoles, 31 de julio de 2013

"La tradición" de Georgina Rosado Rosado


LA TRADICION

Susana se aferró al árbol con todas sus fuerzas y lo rodeó en desesperado abrazo, sin importarle que aquella áspera corteza le dejara surcos en su piel morena y que, en el jaloneo, la sangre manara  hasta su falda, mientras gritaba el nombre de Emiliano.

Sin escuchar sus súplicas, Margarita le fue levantando poquito a poquito y con gran trabajo, cada uno de sus dedos anclados, mientras  Rosaura, por su parte, la rodeó por la cintura y, sin piedad, jaló y jaló hasta lograr al fin desprenderla del árbol. No tardaron mucho en celebrar su triunfo a carcajadas.  Quién le iba a decir  a Susana que ese par de villanas la había invitado a cortar nopales en el campo sólo para emboscarla, sólo para entregarla.

Juan, a prudente distancia, esperaba el preciso momento para espuelear su caballo pinto, lazarla como ganado y de inmediato embrocarla en una suerte de almud. Ella gimió y lloró, dolida por los zangoloteos que aporreaban su vientre contra el lomo del caballo. Lloraba, también, por el recuerdo de las tardes lluviosas cuando bordaba junto a su madre en la sala y por los días de sol moliendo masa en tanto intercambiaba secretos con sus hermanas. No pudo más y desmayó.

Despertó en cama rustica de paja y un rostro amable  acercó a sus labios el olor de azahar; sin pensarlo, bebió el liquido dulzón.  Reaccionó y de un manotazo hizo volar la jícara.

-Pero ¿cómo se atreve?- exclamó Susana- usted es la madre de mi raptor.

 -Y qué-contestó la anciana- yo también fui raptada por el padre de quien te robó, como lo fue mi madre y antes mi abuela y antes, antes y más antes el primer hombre que a una mujer montó y preñó en este pueblo. Esa es la tradición.

- ¿Cual tradición?- contestó Susana- no en mi pueblo, no en mi familia, no en mi cuerpo; sepa usted que mi novio Emiliano vendrá a buscarme y después de liberarme, quemará su choza, matará a sus gallinas y disparará a los cerdos.

Doña Juana la miró con ternura y en silencio dirigió sus pasos, lentos y cortos, fuera del cuarto.

Susana, ya sola, miró con ansiedad las paredes y el techo hasta que descubrió la ventana de madera vieja y gastada: esa sería su salvación. No lo pensó dos veces, la empujó con fuerza y está vez  fueron sus rodillas las que ella sangro, escaló la barda, saltó a la calle y corrió y corrió, gritando con la boca plagada de angustia, temiendo el regreso de su raptor. Logró llegar hasta su casa, exaltada pero al fin libre.

 -¡Madre, madre!- gritó- Juan ayudado por sus hermanas, me raptó en la tarde de ayer, pero recién esta mañana logré escapar, sin que sus manos tocaran mi cuerpo.

Miró los rostros de la familia, ninguno faltó a esa extraña reunión: madre, padre, abuelos, tías, hermano, hermanas y hasta sus primas, con la mirada baja en frío silencio, ningún abrazo, ningún consuelo, sólo escuchó la sentencia por el crimen que jamás cometió.

El tata hablo: “ninguna mujer que haya pasado una noche fuera de su hogar volverá a la casa de su familia sin arrastrarla a la vergüenza. No destruyas nuestro honor, anda, de prisa, regresa a casa de tu esposo y ruega porque te perdone y de nuevo te reciba o vivirás abandonada en los montes, esa, esa es la tradición”.

No respondió la arenga, el dolor la dejó muda, arrastrando las piernas buscó la calle y se consoló pensando que pronto, muy  pronto, todo estaría bien. Emiliano la salvaría del abandono y el deshonor.  Se la llevaría muy lejos, donde nadie la juzgara por una antigua tradición.

 El alma le regresó al cuerpo cuando a lo lejos, vislumbró aquella silueta, ¡Emiliano, Emiliano!, gritó, y él aligeró el paso,  pero no hacia sus brazos, qué amarga sorpresa, presuroso se alejo de ella dejando en su pecho un dolor punzante y agudo.  Fue cuando el cielo, su único aliado, tronó ahogando sus gritos y llovió borrando su llanto. Paso a paso, Susana regresó a su nueva casa, dejando en el camino pedazos de su pasado y el recuerdo de su niñez. En la puerta, su suegra la esperaba con una frazada que posó en su espalda, mientras escuchaba las risas necias de sus cuñadas, con quienes desde ese día y, para siempre, molería el maíz y compartiría secretos.

-Llegaste a tiempo, habló la anciana ¿trajiste los nopales que te encargué?. Tu marido está en el cuarto, llévale el agua caliente para su baño, te está esperando.

 Susana levantó el balde y abrió el cuarto donde Juan, desnudo, le daba la espalda y de reojo observó sus nalgas firmes y torneadas piernas. No pudo más y decidió vengarse: clavó  sus uñas en la ancha espalda, sólo para verlo sangrar y desahogar su frustración. De nada sirvió el esfuerzo,  ni los arañazos,  ni el líquido rojo que recorrió el cuerpo, lograron que él gimiera o emitiera palabra.

Esa noche Susana esperó y esperó.  Crujió la puerta. Ella se mantuvo quieta, temblorosa, atenta al encuentro. Pero el peso de aquel cuerpo no pisó el colchón ni su vientre. Juan se echó en el suelo y ahí durmió. Noche tras noche, cada madrugada, Susana abría los ojos después de prolongada espera, llenando el tiempo con sus recuerdos y agotados estos con fantasías afiebradas. Así, pasaron los días hasta que una mañana, rumbo al brocal del pozo, Susana sintió una corriente helada que recorría su espalda, erizando su cuerpo, endureciendo sus pezones, todo por la mirada de su raptor.

Fue esa noche cuando Susana se liberó: mientras su esposo dormía, se puso en cuclillas, su dedo índice bordeó los anchos labios y,  animada por la postura de muerto de Juan, apretó con ganas de magullar sus fornidos muslos. No hubo respuesta, ella sonrió y dejó a sus manos tibias  jugar un rato con rizados vellos que desde el ombligo bajaban y bajaban, hasta que de pronto algo la asustó: giró de prisa y miró de nuevo el rostro que yacía impasible.  Fue entonces cuando  Susana sintió que un líquido viscoso se le escurría entre sus piernas. Que lo sepa el pueblo: ¡al diablo con la tradición!  Juan se robó a Susana, pero fue ella… Ella fue quien lo montó.

sábado, 20 de julio de 2013

Poema de Carla Martínez Jiménez



Cayeron miles de hojas
como si yo pidiera cayeran estrellas,
de estrellas eran las hojas
de los colores de mis penas
verdes, moradas, azuladas y lilas
aquellos pastos de otoño
ocurriendo en primavera.

Recubrió la magia de mi entonces
remontándome a mis noches de espera
ansiaba los brazos del padre
las caricias de mi madre bella
tan distantes y tristes.

Recubriéndose de empresas
eran grises las tardes
y las noches frías como mi guerra,
ahora que pasó el tiempo de pronto
como diapositivas extremas
me hallo en la misma noche
sola, maravillada de hojas...
y recubierta de estrellas.

Ellos ya solo son recuerdo
pero son más ahora, de lo que no eran...


Carla Martínez Jiménez

Tertulia "Dimensiones" de Elisabeta Botan


Proyecto "Delantales de Memorias"