Les dejo esta lectura de un relato de Szív Marquéz, desde Veracruz (México)
Era
media tarde, el viento fresco soplaba suavemente mientras las nubes se unían
como si el cielo hiciera una conspiración. Debajo de una ceiba enorme se
encontraba Francisco, de cuclillas, escribiendo algo sobre la tierra. Juanita a
lo lejos lo miraba desde la ventana de su casa, la curiosidad la llevó hasta el
lugar donde él estaba.
-¿Qué
haces?- preguntó al acercarse mientras saboreaba una paleta de chocolate. El
niño continuo escribiendo mientras la tierra se volvía húmeda al paso de su
mirada. Entonces Juanita levantó la vista buscando aquellos grandes ojos
alegres pero en su lugar encontró una tristeza profunda. Francisco, con la
mirada enrojecida y la garganta seca había dejado de escribir, al ver a su
amiga grandes gotas saladas inundaron su rostro. -Mi mamá - balbuceó - mi
mamá...- No pudo continuar, Juanita lo abrazó y le dio un beso; el viento sopló
en ese momento, un aire triste y el grito de un pájaro que cruzó el cielo
lograron que el corazón de Juanita diera un vuelco. El olor a angustia y
soledad cimbró su cuerpo.
Ella
sabía que Gloria, la madre de Francisco, se había ido de "mojada" a
Estados Unidos un año atrás, cuando él tenía ocho años y su hermana Carolina
doce; habían quedado al cuidado de su abuela paterna doña Maura, quien había enviudado tres meses antes. A Juanita le
vino el recuerdo del día del entierro: Francisco, temblando, se encontraba en
un rincón de la casa, mientras la gente mayor disponía lo necesario para el
funeral -¿Qué tienes?-había preguntado ella -Mi abuelo...anoche me dio miedo al
escuchar un trueno, creo que se venía el norte y me fui a dormir con él; en la
mañana, cuando desperté no se movía y estaba bien frío...ahora sí me quedé sin
papá - decía sollozando, y al decirlo parecía que la fragilidad de su cuerpo
terminaría con él de un momento a otro ante los fuertes sollozos que daba -
Antes de dormir él me habló y dijo: Pancho, ya eres un hombrecito, el día que
yo muera cuidarás de tu abuelita y tu hermana, trabajarás la parcela que al fin
y al cabo será tuya.
La
lluvia cortó de pronto los pensamientos de Juanita -Ven Pancho, vámonos o te
vas a resfriar -Ahora la lluvia se confundía con las lágrimas de Francisco,
quien caminaba ensimismado y no habló hasta que llegaron a guarecerse en un
pequeño cobertizo -Mi mamá me quiere llevar con ella, pero yo no quiero. ¿Quién
va a cuidar a la abuela, a Caro? ¿Quién va a trabajar la parcela?, porque el
abuelo dijo que yo debo cuidarla, fue algo que él me encargo.
Juanita
no comprendía aún el por qué a pesar de las explicaciones que Francisco daba,
ella sentía que había algo más, algo que se reflejaba en los ojos, en el
movimiento de las manos y en la tristeza que embargaba a Pancho. Así que al
terminar la lluvia, cuando el cielo se observaba más azul y comenzaron a
caminar de nuevo, preguntó: - Oye, ¿Y por eso es que estás tan triste? - Pancho
se adelantó a cortar la ramita de un naranjo y sin importarle los charcos que
la lluvia había dejado sobre la tierra se arrodillo rayoneando el suelo húmedo
con la ramita y contestó: -¿Sabes cómo pasan a
los niños del otro lado? Mi mamá quiere que me vaya yo solo con "el
coyote". Nos iríamos por el desierto, ¿Y si me pierdo? ¿Y si me quedo sin
agua? Además, dicen que para poder pasarte primero te drogan, te dan una
pastilla para que no hagas ruido en la camioneta donde te llevan...-Pancho
calló y su mirada se perdió en el horizonte, su rostro tenso y cansado... los
ojos abultados de tanto llorar, parecía que meditaban. -Entonces "el
coyote" me dormiría y después... ¿Qué tal si me deja a medio desierto?
Tengo una prima que así se perdió, quien sabe dónde ande, a lo mejor ya ni
vive. Por eso yo tengo que quedarme aquí, no debo irme... debo cuidar a mi
abue, a Caro, la parcela; además, ni se hablar inglés, me van a querer mandar a
la escuela y no voy a entender nada.
Juanita
había estado escuchando en silencio y con mucha atención la explicación que
daba Francisco, entendía la palidez de su rostro y el temblor de sus manos al
recordar a su prima; así como el frenesí con el cual se aferraba a la idea de
cuidar a su abue, a su hermana, la parcela, el argumento más sólido que tenía
para defender su integridad, para evitar hablar del miedo que le causaba cruzar
el desierto y perderse. Había algo en la voz del niño que indicaba su destino
de una manera tan fatal que solo imaginarlo llenaba de escalofríos el cuerpo de
Juanita, -Pues háblale a tu mamá, dile que no quieres ir, explícaselo como me
lo has dicho a mi. Dile a tu abuelita que te ayude, que la convenza. –Sí, eso
voy a hacer- contestó Francisco, un poco más calmado, aunque el reptil del
miedo aún seguía en su cuerpo negándose a alejarse de él.
Ya en
casa, Francisco habló con su madre, pero ésta le dio solo negativas por
teléfono, él imploró, explicó, lloró sin lograr conmoverla. -Hijo, me volví a
casar y no te dejaré allá; tu lugar está junto a mí que soy tu madre. -¿Cómo
convencerla?...
Pensando
y pensando se durmió y soñó... soñó una tierra árida y un sol abrasador...
caminaba junto a otro niño; solos, la garganta seca, parecía que los tenis le
quemaban los pies, había un olor muy desagradable como a animal muerto. La
mezcla de polvo y sudor le picaba el cuello, las piernas... y ese dolor de
cabeza que parecía hacer estallar su cerebro. Cerró los ojos para imaginar por
un instante la frescura del agua de pozo y la brisa que corría bajo la
ceiba ¡Cómo extrañaba la casa de su
abuelita! Un sabor a tierra mojada llegó a sus labios y al abrir los ojos
descubrió que estaba tirado solo a medio desierto, el recuerdo de la ceiba, de
Juanita y su abuelita lo habían mantenido con fuerzas, pero ahora... alcanzó a
ver una nube, el sol y...
Era media
tarde, el viento fresco soplaba suavemente mientras las nubes se unían como si
el cielo hiciera una conspiración. Debajo de una ceiba enorme se encontró a
Juanita, de cuclillas, escribiendo algo sobre la tierra. Hacía ya un año desde
que se encontrara en ese mismo lugar a Francisco, su amigo y compañero de
escuela. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, ella misma ya no era la
niña curiosa y juguetona de antes, a veces acompañaba a doña Maura a hacer rosarios, oraciones,
aunque muy en el fondo de su alma sabía la verdad, había conocido el destino de
Pancho desde antes de la partida.
Por
ello, el día que fueron a la iglesia y escuchó a doña Maura pedir por el pronto
regreso de su nieto tomó el ramo de gladiolas que tenía en las manos y las llevó
delante del altar diciendo -Mira Diosito, tú y yo sabemos lo que sucedió, te
ofrezco estas flores por Panchito y por favor, has que gente como doña Gloria o
doña Maura tomen en consideración también a los niños. Te ofrezco el perfume de
las gladiolas por las almas de aquellos que han sido olvidados y la blancura de
éstas flores para limpiar el remordimiento y dolor de esos padres arrepentidos
que solo tú conoces- y sin más, tomó a doña Maura de la mano llevándola a la
fuente que estaba atrás de la capilla, donde la anciana derramó gruesas gotas
de alegría al observar como su nieto se reflejaba en el agua diciéndole
¡Abuelita, ya estoy aquí, regresé y ahora sí nadie podrá separarme de ti! ¡No
llores por mi... no llores por mi!
Szív Márquez